jueves, 23 de octubre de 2025

A UNOS LES TOCA EN GAMBIA Y A OTROS EN PEKÍN, Y A MÍ ME TOCÓ NACER AQUÍ

 


Me gusta observar las estrellas y la luna, escuchar el discurrir del agua del río, percibir el olor de la hierba mojada… Pertenezco a la diversidad de este grandioso mundo. Soy calagurritano, riojano y español. Me enorgullece mucho serlo, no lo voy a negar, sobre todo lo primero. Sin embargo, al igual que el resto de mortales, no escogí dónde nacer. Ya nos viene impreso en una etiqueta invisible de un origen desconocido cuando llegamos al interior de nuestras madres. Es como si alguien lanza unas cuantas fichas sobre un tablero y cada una cae donde cae. Todo esto vino a mi mente siendo aún un niño. Escuchaba Madrid, una canción de primeros años de los ochenta del grupo Mecano que en su comienzo dice así: “A unos les toca en Gambia y a otros en Pekín, y a mí me tocó nacer en Madrid. Y no es un trauma ni un orgullo para mí, porque no me dejaron elegir”. Comencé a preguntarme qué hubiera sido de mí de haber venido al mundo en otro lugar, como por ejemplo en la ciudad senegalesa de Saint Louis, donde miles de niños sin hogar piden limosna a diario; o en cualquier aldea de Corea del Norte… o en Gaza, y estar ahora escapando de la muerte sin nada en los bolsillos. La misma pregunta surge con el tiempo: ¿Y si hubiera nacido en esa España previa a la Guerra Civil? Nacer es entrar a formar parte de un mundo de relaciones, de discursos y de normas que no hemos elegido. Se nos impone el lugar, la época y el sexo, entre otras cosas; solo por eso estamos obligados a respetarnos.

Recuerdo mi primera salida al extranjero, también de niño, donde descubrí que, a pesar de hablar distinto, la gente tenía ojos, boca, nariz, brazos y piernas como yo; que comían y bebían como yo; que lloraban y reían como yo. Desde entonces solo veo personas allá donde voy. No veo negros, pobres, ricos, gays, hombres, mujeres… No, solo veo personas y, quizá, la única catalogación que haga de ellas sea si son o no buenas personas, lo demás me da igual.

Creernos propietarios de una ciudad, región o país por el mero hecho de haber nacido  o  pagar impuestos en ellos es un gran error. Todos somos iguales y todos tenemos derecho a vivir dignamente en un planeta que tiene recursos para abastecer a la totalidad de la población. ¿Utopía? Llamadle como queráis. Estamos aquí de paso, y eso nos obliga a respetar y mantener lo mejor posible el lugar donde vivimos. Las futuras generaciones no deben pagar nuestro egoísmo. Nadie es más que nadie, aunque los sistemas que nos gobiernan practiquen lo contrario, y aquellos que tenemos la suerte de vivir en paz y tranquilidad debemos estar y ser agradecidos, y pensar un poco en los que viven en Gambia, Senegal, Gaza o Corea del Norte, que posiblemente también tengan la oportunidad en algún momento de sus vidas de observar las estrellas y la luna, escuchar el discurrir del agua de un río y percibir el olor de la hierba mojada.

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