El policía se dirige hacia
la puerta y la abre.
—Será mejor que descanse.
No se preocupe, nosotros nos ocuparemos de todo.
—Llámeme en cuanto sepan
algo, por favor.
—Descuide, será muy
pronto, ya lo verá.
Roger abandona las
dependencias policiales. Sale hacia la derecha y se introduce en la calle del
Doctor Joaquim Pou. Ya divisa la catedral. Ese es su destino. Al llegar a la
plaza, se detiene y respira hondo. Es uno de los lugares preferidos de su
padre. Recuerda la de veces que ha estado allí en acontecimientos importantes
de la familia y fiestas solemnes, pero si hay uno especial, ese fue el día que
conoció al entonces arzobispo de Barcelona: el cardenal Ricard Maria Carles.
Era un adolescente que,
como la mayoría en esos casos, asistía a regañadientes a una de las misas
dominicales oficiadas por el cardenal. El dos de junio de 1996, tras la
homilía, los numerosos feligreses que abarrotaban la catedral aplaudieron y
vitorearon con gritos de “¡Viva el cardenal!” en un gesto de adhesión a la
persona del arzobispo. Roger no comprendía nada, pero su padre se lo explicó.
Le dijo que Ricard Maria Carles había sido acusado por fiscales italianos de
haber colaborado con la Camorra napolitana en una trama de blanqueo de
capitales y de tráfico de armas y material radioactivo. El cardenal expresó su satisfacción por esta muestra
de apoyo, asegurando que ya Jesucristo dijo que "se recibirá cien veces
más con persecuciones". Cuando terminó la misa, Ricard Maria Carles abandonó
el altar mientras se oían nuevos aplausos. Marcel, junto a su esposa e hijo,
aguardaron sentados a que no quedara nadie. Entonces, al cabo de unos siete
minutos, apareció de nuevo el arzobispo y se dirigió a ellos. Era un hombre de
pelo blanco peinado hacia atrás, gafas de montura metálica y rostro afable.
Marcel y el prelado se fundieron en un abrazo. Se conocían de hace muchos años,
cuando Carles era obispo de Tortosa y el padre de Roger estaba destinado en una
sucursal de la Caixa de la misma ciudad. Hicieron buenas migas y mantuvieron el
contacto hasta la muerte del cardenal en 2013. Marcel siempre creyó en la
inocencia de Carles y lo defendió públicamente allí donde se ponía en
credibilidad su reputación. Tras hablar unos minutos, el prelado se despidió no
sin antes aconsejar a Roger que siempre tuviera a su padre como ejemplo en la
vida.
El abogado se sienta a tomar un café en la terraza
de la Taverna del Bisbe. Se lamenta
de no poder hablar con Carles. Está seguro de que le hubiera dado grandes
consejos en estos momentos de incertidumbre. Intenta pensar, por vez primera
desde la desaparición, en los motivos reales que han podido llevar a su padre a
tomar esa decisión. Ha sido siempre su principal referente. Un hombre modélico,
sin vicios, entregado a su familia y a su trabajo (por este orden). Es verdad
que la enfermedad de su madre supuso un duro golpe para él, sacrificar toda una
vida anterior de felicidad, que no de excesos. Es consciente de que los últimos
años no han sido fáciles, de que no ha estado con él el tiempo suficiente, de
que no le ha devuelto todo lo que le ha dado. Quizá ahora sea demasiado tarde.
Se atormenta por un instante, pero levanta la cabeza y, entre la multitud de
turistas que van y vienen, siente un hilo de esperanza que agarra con fuerza.
Se promete a sí mismo que, si aparece, le demostrará todo el amor que un hijo
puede dar a un padre. Roger apura el café y busca en su teléfono sus últimas
llamadas. Marca uno de los números.
—Carlos, soy yo otra vez.
—¿El hijo del amigo de mi
padre?
—El mismo.
—¿Hay noticias?
—Para eso precisamente te
llamaba. He estado investigando y no existe viaje organizado alguno a
Andalucía. Solo había uno del IMSERSO, que puso en marcha el Ayuntamiento, pero
que ya se hizo en primavera.
Se hace el silencio.
—¿Carlos?
—Sí, sigo aquí. No sé, me
dejas confundido, la verdad.
—Verás, he puesto una
denuncia por desaparición en la Jefatura Provincial de Policía. Ya están
investigando. Me llamarán en cuanto averigüen qué medio de transporte han
podido tomar…
—Dando por hecho que estén
juntos —interrumpe el hijo de Jaime.
—¿Acaso lo dudas después
de haberte mentido?
—Mira, no creo que sea el
momento de reprochar nada a nadie, porque en ese caso…
—No te reprocho nada,
Carlos. Solo intento…
—Yo creo en mi padre, y
mantengo la esperanza de que me llame en las próximas horas. Es lo que me dijo.
Si no ha querido desvelarme cuál es su destino, allá él. Imagino que tendrá sus
razones. Ha sufrido mucho y está muy solo, pero yo no puedo presentarme allí de
buenas a primeras.
—Lo sé, pero si continúan
sin dar señales de vida, tendrás que venir.
—Claro. Me has dicho que
la policía ya está detrás del paradero de tu padre, ¿no?
—Así es.
—Vamos a hacer una cosa —dice
Carlos—. En cuanto sepas algo llámame. Con lo que me digas tomaré o no la
decisión de coger un vuelo urgente.
Roger comprende la
situación en la que se encuentra el hijo de Jaime. No es lo mismo vivir en
Alemania que en Gerona. Aunque, también es cierto, que por un padre bien vale
hacer los kilómetros que sean necesarios. Muchas veces el trabajo y la vorágine
del día a día hacen imposible el contacto familiar aún encontrándose en la misma
ciudad o incluso a escasos metros. Todo es cuestión de voluntad o, más sencillo
todavía, de amor.
El teléfono de Roger vibra
sobre la mesa. El número es largo, como suele corresponder a organismos públicos.
Atiende la llamada con expectación.
—Señor Badía, ya tenemos algo.
—¿Ya saben dónde está?
—Calma, poco a poco —responde
el oficial de policía—. Ha sido más fácil de lo esperado. Solo hemos tratado de
intuir los pasos que hubiera dado cualquier persona en la situación de su padre.
Se hace un pequeño silencio.
Roger no se atreve a seguir preguntando. El agente continúa.
—Un tal Marcel Badía entró
la semana pasada en una agencia de viajes situada en su misma calle, concretamente
en el número 95.
—Munditravel —apunta Roger.
—Exacto. Su padre adquirió
allí su billete de tren para Alicante con salida a las siete de la mañana de hoy.
El hijo de Marcel da un profundo
suspiro.
—Eso no es todo —prosigue el
policía—. Hay algo más.
—¿A qué se refiere?
—Su padre compró tres billetes.
Continuará.