Hace días leí
que cada vez es más frecuente el abandono de ancianos en las urgencias de los
hospitales; al pasarles algo grave, son llevados allí por algún familiar que
luego desaparece. Durante el proceso médico, el personal sanitario se da cuenta
de que no reciben visitas. A los días, cuando se les da el alta médica, nadie va
tampoco a recogerlos, por mucho que se haya avisado a familiares y conocidos.
Se trata de un porcentaje mínimo, naturalmente, pero no por ello debemos dejar
de alarmarnos. En el hospital de la isla de La Palma un diez por ciento de las
camas suelen estar ocupadas por abuelos abandonados. Hay que ser un auténtico
desalmado para cometer acciones de este tipo y, aunque los centros hospitalarios
han denunciado un sinfín de veces estos casos, existe un cierto vacío legal, ya
que el código penal no lo considera abandono al estar la persona atendida y
recogida.
Nuestros
mayores son los auténticos olvidados del sistema y son marginados por la
sociedad en general. Si alguno de vosotros sigue mi blog, comprobará que es un
tema que me interesa sobremanera. De hecho, la novela por entregas que comencé
ya hace un tiempo (prometo retomarla en breve) tiene como protagonistas a dos
abuelos olvidados por los suyos. Te invito a leerla, porque eso me animará a
continuar. Además, aún no he decidido el título que llevará (quizá el que
encabeza este artículo no sea malo).
Vivimos en la era del estrés, de la ocupación
del marido y la mujer y del derecho al tiempo libre, porque para eso se
trabaja. Cuando los padres comienzan a tener algunas limitaciones, se les
aparca en una residencia por no poder atenderlos, y allá paz y aquí gloria. También
se da el caso de los que están solos y los hijos apenas van a verlos. Y no
digamos cuando llega el verano; solo en Madrid fueron abandonados ciento
cuarenta mil ancianos el año pasado mientras su familia disfrutaba de las
vacaciones (hablo de personas que viven solas y apenas pueden valerse por sí
mismas). Ya no se acuerdan de que hicieron por ellos todo el sacrificio del
mundo. La memoria es tan frágil como grande el egoísmo y pequeña la visión de futuro.
¿Acaso no quieren saber que ellos también serán viejos? ¿Cómo obrarán sus hijos
mañana si han visto lo que hacen hoy con los abuelos? Reitero que no es la gran
mayoría la que obra así, pero se da muchos casos, cada vez más, y es algo que
debería hacernos pensar detenidamente. El magistrado y portavoz territorial de
Juezas y Jueces para la Democracia, Joaquim Bosch, denunciaba este problema en
un tuit: “cada vez me pasa más, como juez de guardia, encontrarme con cadáveres
de ancianos que llevan muchos días muertos, en avanzado estado de
descomposición. No sé si está fallando la intervención social o los lazos
familiares, pero indica el tipo de sociedad hacia el que nos dirigimos”.
Nos
encontramos en un mundo donde la imagen prevalece sobre todo lo demás. Caras
bonitas, cuerpos perfectos y jóvenes son los protagonistas de las cadenas de
televisión. Cuando una persona, por válida que sea, entra en la llamada tercera
edad, se tiende a aparcarla. Lo hemos visto en el cine e incluso en la política.
Se les acusa de estar pasados de moda o de no encajar en la sociedad actual. Un
ejemplo de que esto no es así lo fue el humanista y economista José Luis
Sampedro, que a sus más de noventa años empatizó con la juventud y en especial
con el movimiento 15M. Aunque lo más detestable es ver a los políticos de turno
tratar a nuestros mayores como si fueran mercancía. Lo comprobamos con bastante
frecuencia con el tema de las pensiones, que más parecen las ofertas de un
supermercado que otra cosa. Utilizan a los pensionistas con descaro como
herramienta electoral. Lo seguiremos viendo de aquí a las próximas elecciones,
ya sean autonómicas o generales. No se dan cuenta de están jugando con la salud
de personas que han trabajado toda su vida y merecen una retirada digna.
Nadie está
pidiendo que el dominó y la petanca sean deportes olímpicos, quizá con saber
escuchar sea suficiente, sobre todo a los abuelos, que son y serán siempre
fuente de sabiduría. Ya conocen el refrán: “más sabe el
diablo por viejo que por diablo”.
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