domingo, 10 de enero de 2021

EL HOMBRE LOBO DE CALAHORRA


El lobo es un animal magnífico que ya puso en valor el gran Félix Rodríguez de la Fuente. ¿Sabíais que el lobo, una vez se aparea con una hembra, no vuelve a acoplarse a ninguna otra y le guarda eterna fidelidad? Pero si algo caracteriza a este animal es su leyenda negra. En la Edad Media, con el despoblamiento forestal, tuvo que buscar comida y sustento en las aldeas próximas a los bosques. Lo más sencillo para él era entrar de noche en los cementerios, sacar los cadáveres recién enterrados y comérselos, dejando un escenario dantesco a su paso, lo que le granjeó mala fama y una gran animadversión por parte de la sociedad.

 

Quiero dejar muy claro que el relato que os cuento a continuación está formado, en primer lugar y a modo de introducción, por un hecho histórico (puede que con el tiempo agrandado a leyenda) que ocurrió en Calahorra en la primera mitad del siglo XVIII y que ha sido narrado por varios historiadores en distintas publicaciones (como don Pedro Gutiérrez Achútegui en su libro de 1959 Historia de la muy noble antigua y leal ciudad de Calahorra); y por una segunda parte de ficción, donde pueden darse nombres y situaciones reales (las menos), pero que nada tiene que ver con la realidad. Espero que, a pesar de su dureza, al menos paséis un rato agradable con la lectura.

 


Hace tres siglos, concretamente el 31 de enero de 1720, al poco de caer la noche, un lobo rabioso entró en la ciudad de Calahorra sembrando el pánico entre sus vecinos. En poco rato atacó y mordió a más de cuarenta personas. Varios hombres salieron en su busca armados con escopetas y hachas encendidas. Se colocaron luminarias por numerosas calles con el fin de divisar bien a la bestia. Finalmente, unos arcabuceros, tras pedir amparo a la Virgen del Planillo (llamada la Llovedora), lograron dar muerte al animal bajo el arco donde estaba (y está) ubicada la imagen de Nuestra Señora. Desde aquel momento, la Llovedora pasó a denominarse también Virgen Lobera.

 

De aquellos polvos vienen estos lodos, como dice el dicho. Aquel lobo llevaba algo más que rabia en su interior. Y si no, que se lo pregunten a… No, no lo voy a descubrir, al menos de momento. Lo cierto es que la vida de una de las cuarenta personas que fue mordida por el citado animal cambiaría por completo aquella misma noche invernal de 1720, aunque él aún no lo sabía. Se trataba de un varón de complexión fuerte y mediana edad (unos treinta años de la época) y cuyo nombre verdadero omito. Antonio (desde ahora lo llamaré así) fue tratado en un primer momento, junto al resto de víctimas, con ungüentos, hierbas y brebajes, pero sobre todo por la providencia. Los que, como él, después de varios días todavía seguían padeciendo la rabia fueron instados por los médicos a bañarse en el mar. En aquella época se empezaba a mirar al mar como una fuente de salud inagotable tanto para el cuerpo como para el alma. Esta posibilidad, vista por primera vez en Inglaterra, se fue extendiendo por Europa y llegó también a España, donde los bañistas visitaban con asiduidad las playas del norte. Claro que en aquel entonces no era coger el coche y plantarse en San Sebastián. El viaje hacia la playa suponía una aventura de varios días y muchos sufrimientos. Como la mayoría de los nueve que iban no disponían de posibles suficientes para dicha empresa, recibieron donaciones de personas y estamentos de la ciudad para poder llevarla a cabo.

 

Con dos caballos y un gran carro partieron a finales de mayo.  Y lo que os quería contar sucedió al terminar la primera etapa. A media tarde la comitiva se detuvo al entrar en Pamplona y solicitó alojamiento, cosa que resultó complicada. La mayoría de las posadas estaban completas, así que tuvieron que repartirse y descansar por separado: cuatro en una y cinco en otra con los caballos. A Antonio y a otro de los viajeros les tocó dormir en la primera. Era un cuarto de la planta baja de la casa, a las afueras de la ciudad, con un gran ventanal abierto, sin nada que lo pudiera cerrar. Solo un pequeño resto de lo que algún día fue un marco de madera dejaba claro que aquello hace mucho tiempo que estaba así. Y llegó la noche. Desde su jergón, Antonio, con los ojos como platos, divisaba una luna llena esplendorosa. Comenzó a sentir convulsiones, pero no le dio mayor importancia. Las venía padeciendo desde el día de la mordedura, aunque después de un par de minutos se terminaban marchando. Esa vez no fue así. El recio hombre veía como sus uñas crecían, su cuerpo, cada vez con más vello, se iba encorvando y sus colmillos se afilaban salivando desmesuradamente. Su compañero de habitación dormía ajeno a tan horrenda transformación. De pronto, Antonio, o lo que fuera en ese momento, saltó sobre él y le mordió en el cuello tan fuertemente que, sin poner apenas resistencia, murió desangrado en un abrir y cerrar de ojos. Después aprovechó para devorar con tranquilidad las vísceras de su víctima y saciar su apetito de bestia durante un buen rato. Al terminar, saltó por la ventana y se perdió en la oscuridad. Nunca más se supo de él. Y nadie sabría de esta historia si no fuera por la persona que me la contó.

 


Aquella posada fue cerrada y su dueño multado por no tener el alojamiento en condiciones óptimas. El caso se cerró rápidamente. No había lugar a dudas: un lobo había entrado por la ventana y dado muerte a uno de los huéspedes mientras él otro había conseguido huir hacia el campo, muriendo poco después atacado probablemente por ese y otros lobos de su manada.

 

Lo cierto es que Antonio no regresó nunca a casa. Y no por lo que le pudiera pasar (nadie podría sospechar de su condición de licántropo) si no para evitar hacer daño a sus seres queridos. Con el tiempo se fue dando cuenta que su transformación no era fruto de un día y que se repetía con bastante frecuencia. No obstante, su condición humana imperaba sobre la animal, lo que le hizo volver a casarse y tener más hijos. Y fue precisamente el primer vástago que tuvo siendo ya hombre lobo el que heredó su condición de mitad humano, mitad animal. Y así seguiría ocurriendo hasta nuestros días. Precisamente uno de sus descendientes, creo que un bisnieto afincado en Valencia, estuvo con el famoso Romasanta durante cinco días atacando y comiéndose a varias personas “porque teníamos hambre”, tal y como declararía el célebre hombre lobo de Allariz al ser capturado.

 

Sí, amigos, los licántropos siguen existiendo, y muy probablemente un sucesor de la estirpe del protagonista de nuestra historia se transforme en hombre lobo en las noches de luna llena. Así que cuidado con los asientos de al lado si viajáis de noche en un avión, barco o tren. Permaneced muy atentos porque las garras acechan.

 

Ah, se me olvidaba. La persona que me contó esta historia ya no está entre nosotros. Fue asesinada brutalmente la semana pasada. Quizá sabía demasiado… por eso he querido ponerla en vuestro conocimiento para, por si acaso, que no se pierda en la espesura del bosque ni en la negrura de la noche.


FIN

2 comentarios:

  1. Tengo una duda, el viaje a la playa es inventado o tambien es real como lo de la virgen lobera?

    ResponderEliminar
  2. Lo de la recomendación de los médicos de tomar baños de mar y que viajaron para ello es cierto. Así lo relata D. Pedro Gutiérrez en el libro mencionado. Ahora bien, el destino, el número de personas, la forma de llevarlo a cabo y lo sucedido en el trayecto es totalmente inventado.

    ResponderEliminar

Todo el mundo es libre de expresar su opinión, siempre que sea desde el respeto y sin insultos. Gracias por participar.