SELECCIÓN DE MICRORRELATOS

 HUIR ES DE COBARDES

Carmen había agotado las lágrimas. Sus ojos ardían en un fuego avivado por ráfagas de dolor. Como ardía ya en la calle, junto a la puerta de casa, la ropa de su esposo. ¿Y ahora qué? Ahora debía salir después de mucho tiempo encerrada, estigmatizada, con una caña en la mano para que los demás huyeran de ella. ¡Qué ironía! ¿Cómo escapar de alguien en una Calahorra amurallada y, desde hace unos días, cerrada a cal y canto? ¿Quién podría hacerlo? El alcalde y sus acólitos lo habían hecho, naturalmente. No hay mayor descrédito que abandonar al pueblo al que se sirve y por el que se ha sido elegido. Más pronto que tarde tendrían que regresar. Habían logrado huir de la peste, pero jamás conseguirían ponerse a cubierto del desprecio de sus vecinos.

(Primera mención especial Certamen de Microrrelatos Ciudad de Calahorra 2016)


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EL PUENTE

—“Cada vez me cuesta más esfuerzo regresar a casa desde La Ambilla. Los años no perdonan, pero solo el hecho de cruzar el puente me hace sentir más joven. Desde ahí arriba poco importa si el Cidacos lleva mucha agua; uno se encuentra más seguro. Algunos días me detengo, junto a la barandilla, a observar y escuchar el discurrir del río. Es como si quisiera contarme su quehacer cotidiano, lo mismo que hago yo al escribir este diario. Recuerdo perfectamente el día de la inauguración del puente. Tenía tan solo nueve años, pero percibí enseguida la importancia del momento. Sentí el orgullo de ser calagurritano y pertenecer a una ciudad pionera en ese tipo de construcciones”—. El abuelo cierra el cuaderno—. Es hora de dormir.

—Yayo, ¿ese abuelo tuyo que escribió eso fue al que mataron?

—No, murió de viejo.

—¿Y el puente?

—A ese sí lo mataron.

(Quinto puesto Certamen de Microrrelatos Ciudad de Calahorra 2019)


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LA ESPADA DE MADERA

El trote de los caballos despertó a Carlitos. Raudo salió del jergón, apoyó con cuidado su espada de madera –fabricada por el abuelo Tomás- en el suelo, junto a una de las esquinas de la buhardilla, y se asomó al ventanuco.  Un enorme pelotón de soldados franceses ocupaba la Plaza del Raso. Tras seguir las indicaciones de dos agricultores, se adentraron en la calle Santiago hasta desaparecer.

Durante la comida, tres uniformados, bayoneta en mano, irrumpieron en la casa reclamando la totalidad del vino en nombre del Rey José I. Todos se levantaron asustados. Carlitos echó a correr escaleras arriba mientras su padre reunía los cántaros. Poco después, uno de los franceses notó como alguien le pinchaba fuertemente en la parte inferior de la espalda.

-¡Fuera de aquí!

Los soldados se miraron incrédulos. El abuelo tomó asiento y, con cierto aire de satisfacción, llenó su jarra de vino.

(Sexto puesto Certamen de Microrrelatos Ciudad de Calahorra 2016)








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