El
lobo es un animal magnífico que ya puso en valor el gran Félix Rodríguez de la
Fuente. ¿Sabíais que el lobo, una vez se aparea con una hembra, no vuelve a
acoplarse a ninguna otra y le guarda eterna fidelidad? Pero si algo caracteriza
a este animal es su leyenda negra. En la Edad Media, con el despoblamiento
forestal, tuvo que buscar comida y sustento en las aldeas próximas a los
bosques. Lo más sencillo para él era entrar de noche en los cementerios, sacar
los cadáveres recién enterrados y comérselos, dejando un escenario dantesco a
su paso, lo que le granjeó mala fama y una gran animadversión por parte de la
sociedad.
Quiero dejar muy claro que el relato que os cuento a continuación está formado, en primer lugar y a modo de introducción, por un hecho histórico (puede que con el tiempo agrandado a leyenda) que ocurrió en Calahorra en la primera mitad del siglo XVIII y que ha sido narrado por varios historiadores en distintas publicaciones (como don Pedro Gutiérrez Achútegui en su libro de 1959 Historia de la muy noble antigua y leal ciudad de Calahorra); y por una segunda parte de ficción, donde pueden darse nombres y situaciones reales (las menos), pero que nada tiene que ver con la realidad. Espero que, a pesar de su dureza, al menos paséis un rato agradable con la lectura.
Hace
tres siglos, concretamente el 31 de enero de 1720, al poco de caer la noche, un
lobo rabioso entró en la ciudad de Calahorra sembrando el pánico entre sus
vecinos. En poco rato atacó y mordió a más de cuarenta personas. Varios hombres
salieron en su busca armados con escopetas y hachas encendidas. Se colocaron
luminarias por numerosas calles con el fin de divisar bien a la bestia.
Finalmente, unos arcabuceros, tras pedir amparo a la Virgen del Planillo (llamada
la Llovedora), lograron dar muerte al animal bajo el arco donde estaba (y está)
ubicada la imagen de Nuestra Señora. Desde aquel momento, la Llovedora pasó a
denominarse también Virgen Lobera.
De
aquellos polvos vienen estos lodos, como dice el dicho. Aquel lobo llevaba algo
más que rabia en su interior. Y si no, que se lo pregunten a… No, no lo voy a
descubrir, al menos de momento. Lo cierto es que la vida de una de las cuarenta
personas que fue mordida por el citado animal cambiaría por completo aquella
misma noche invernal de 1720, aunque él aún no lo sabía. Se trataba de un varón
de complexión fuerte y mediana edad (unos treinta años de la época) y cuyo
nombre verdadero omito. Antonio (desde ahora lo llamaré así) fue tratado en un
primer momento, junto al resto de víctimas, con ungüentos, hierbas y brebajes,
pero sobre todo por la providencia. Los que, como él, después de varios días
todavía seguían padeciendo la rabia fueron instados por los médicos a bañarse
en el mar. En aquella época se empezaba a mirar al mar como una fuente de salud
inagotable tanto para el cuerpo como para el alma. Esta posibilidad, vista por
primera vez en Inglaterra, se fue extendiendo por Europa y llegó también a
España, donde los bañistas visitaban con asiduidad las playas del norte. Claro
que en aquel entonces no era coger el coche y plantarse en San Sebastián. El
viaje hacia la playa suponía una aventura de varios días y muchos sufrimientos.
Como la mayoría de los nueve que iban no disponían de posibles suficientes para
dicha empresa, recibieron donaciones de personas y estamentos de la ciudad para
poder llevarla a cabo.
Con
dos caballos y un gran carro partieron a finales de mayo. Y lo que os quería contar sucedió al terminar
la primera etapa. A media tarde la comitiva se detuvo al entrar en Pamplona y
solicitó alojamiento, cosa que resultó complicada. La mayoría de las posadas
estaban completas, así que tuvieron que repartirse y descansar por separado:
cuatro en una y cinco en otra con los caballos. A Antonio y a otro de los
viajeros les tocó dormir en la primera. Era un cuarto de la planta baja de la
casa, a las afueras de la ciudad, con un gran ventanal abierto, sin nada que lo
pudiera cerrar. Solo un pequeño resto de lo que algún día fue un marco de
madera dejaba claro que aquello hace mucho tiempo que estaba así. Y llegó la
noche. Desde su jergón, Antonio, con los ojos como platos, divisaba una luna
llena esplendorosa. Comenzó a sentir convulsiones, pero no le dio mayor
importancia. Las venía padeciendo desde el día de la mordedura, aunque después
de un par de minutos se terminaban marchando. Esa vez no fue así. El recio
hombre veía como sus uñas crecían, su cuerpo, cada vez con más vello, se iba
encorvando y sus colmillos se afilaban salivando desmesuradamente. Su compañero
de habitación dormía ajeno a tan horrenda transformación. De pronto, Antonio, o
lo que fuera en ese momento, saltó sobre él y le mordió en el cuello tan
fuertemente que, sin poner apenas resistencia, murió desangrado en un abrir y
cerrar de ojos. Después aprovechó para devorar con tranquilidad las vísceras de
su víctima y saciar su apetito de bestia durante un buen rato. Al terminar,
saltó por la ventana y se perdió en la oscuridad. Nunca más se supo de él. Y
nadie sabría de esta historia si no fuera por la persona que me la contó.
Aquella
posada fue cerrada y su dueño multado por no tener el alojamiento en condiciones
óptimas. El caso se cerró rápidamente. No había lugar a dudas: un lobo había
entrado por la ventana y dado muerte a uno de los huéspedes mientras él otro
había conseguido huir hacia el campo, muriendo poco después atacado
probablemente por ese y otros lobos de su manada.
Lo
cierto es que Antonio no regresó nunca a casa. Y no por lo que le pudiera pasar
(nadie podría sospechar de su condición de licántropo) si no para evitar hacer
daño a sus seres queridos. Con el tiempo se fue dando cuenta que su transformación
no era fruto de un día y que se repetía con bastante frecuencia. No obstante,
su condición humana imperaba sobre la animal, lo que le hizo volver a casarse y
tener más hijos. Y fue precisamente el primer vástago que tuvo siendo ya hombre
lobo el que heredó su condición de mitad humano, mitad animal. Y así seguiría ocurriendo
hasta nuestros días. Precisamente uno de sus descendientes, creo que un
bisnieto afincado en Valencia, estuvo con el famoso Romasanta durante cinco
días atacando y comiéndose a varias personas “porque teníamos hambre”, tal y como
declararía el célebre hombre lobo de Allariz al ser capturado.
Sí,
amigos, los licántropos siguen existiendo, y muy probablemente un sucesor de la
estirpe del protagonista de nuestra historia se transforme en hombre lobo en
las noches de luna llena. Así que cuidado con los asientos de al lado si
viajáis de noche en un avión, barco o tren. Permaneced muy atentos porque las
garras acechan.
Ah,
se me olvidaba. La persona que me contó esta historia ya no está entre nosotros.
Fue asesinada brutalmente la semana pasada. Quizá sabía demasiado… por eso he
querido ponerla en vuestro conocimiento para, por si acaso, que no se pierda en
la espesura del bosque ni en la negrura de la noche.
FIN
Tengo una duda, el viaje a la playa es inventado o tambien es real como lo de la virgen lobera?
ResponderEliminarLo de la recomendación de los médicos de tomar baños de mar y que viajaron para ello es cierto. Así lo relata D. Pedro Gutiérrez en el libro mencionado. Ahora bien, el destino, el número de personas, la forma de llevarlo a cabo y lo sucedido en el trayecto es totalmente inventado.
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