miércoles, 6 de mayo de 2020

NOVELA POR ENTREGAS. CAPÍTULO 6 (PRIMERA PARTE)


Playa y paseo de levante | Portal del ciudadano


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6

¿Qué estatua es esa? —pregunta Jaime señalando una pequeña figurita sobre una alta peana que hay en la esquina de la cafetería.
—¿En serio no la conoces? —El profe muestra incredulidad.
—Representa a la justicia, ¿no?
—Mira, tú amigo sí lo sabía.
—Hombre, está claro —dice Marcel recostándose en la silla—, con la balanza y tal…
—¿Y no puedo preguntar?
—Claro que sí, Jaime. Solo que me ha extrañado que no supieras qué es.
Jaime se pone la mano en la boca para disimular un bostezo. No ha dormido la siesta. Marcel, sin embargo, ha descansado y ha tenido un sueño bastante reparador. Después se han decidido por dar un pequeño paseo y sentarse en una terraza. Carlo, que se encontraba en el hall del hotel, se ha unido a ellos, como no podía ser menos.
—Los egipcios la llamaron Maat, para los griegos fue la diosa Themis y los romanos la denominaron Justitia.
—¿Por qué lleva una venda en los ojos?
—Eso es en lo primero que nos fijamos todos —continúa el italiano—. Es una referencia más que obvia a la imparcialidad. Y también es una memez mayúscula, porque en esta vida nadie es imparcial.
—Eso es verdad —corrobora Jaime.
—Lo de la espada sí que tiene cojones. Representa la condena y un castigo rápido y hasta mortal, como ha sucedido a lo largo de la historia. Pero, ya veis, solo ella que es el sistema puede llevarlo a cabo. El sistema, queridos amigos, tiene derecho a usar esa espada, pero nosotros no.
—Es que sería un caos si cada uno se tomara la justicia por su mano —apunta Marcel.
El Profe se encoge de hombros.
—Bueno, ¿pedimos o no? —pregunta Jaime levantando el brazo para captar la atención del camarero.
—¡Pero si has empezado tú! —Marcel le señala con el dedo.
—Yo soy la balanza, que es lo que me queda de explicar —dice Carlo sonriendo—. Represento el equilibrio entre vosotros dos: acusación y defensa.
—¿Qué desean estos abueletes? —pregunta el camarero.
—¡Qué niño tan simpático! —dice Marcel con ironía.
—¿Acaso miente? —Carlo mira a sus dos compañeros de mesa.
—Dejémonos de chorradas —sentencia Jaime—. Tráenos una gran jarra de sangría y unos vasos.
—¿Sangría? —pregunta Marcel desconcertado.
—¡Alegría, alegría! —El Profe levanta los brazos.
—No sé si habrá alguna ambulancia cerca —dice el camarero mirando a su izquierda.
—Oye, chaval —Jaime apoya las dos manos en la mesa en señal de levantarse—. ¿Quieres probar un buen jarabe para la tontería?
Marcel sujeta a su amigo del brazo.
—Qué poco sentido del humor tiene usted, buen hombre —dice el joven marchándose—. Los extranjeros son más receptivos.
—Los extranjeros no entenderán esos comentarios, pero yo sí.
—Vale, no hace falta gritar.
—¡Laura! —El italiano llama a una muchacha que pasea con su perro.
La joven se acerca.
—¡Profe!
Carlo se levanta y la saluda con dos besos y un abrazo.
—¡Qué guapa estás! Anda, siéntate un poco con nosotros.
—He salido para que ande un poco Logan —dice señalando al perro—.
—Venga, será solo un ratito.
Laura se acomoda en la silla que hay libre. Es alta, morena y lleva el pelo recogido en una larga coleta. Tiene un pequeño hoyuelo en la barbilla que la hace aún más atractiva. Viste tejanos pitillos y camiseta entallada y algo escotada, que funciona como un imán a los ojos de quien se cruza con ella. Si eso no es suficiente, sus grandes ojos verdes, adornados de prominentes pestañas, rematan una belleza como pocas.
—Te presento a Jaime y Marcel. Nos conocimos en el tren. Ellos son nuevos aquí.
Los tres se incorporan para saludarse con dos besos.
—¡Qué tendrá Benidorm que atrae tanto a los adolescentes de pelo blanco! —Laura levanta la mano en señal de excusa—. Me gusta llamaros así. Sois como niños descubriendo una segunda pubertad.
—Reconozco que es gracioso —dice Jaime.
Marcel se limita a sonreír levemente.
—Ya la veis —señala Carlo—. Además de guapa, ingeniosa.
—Y, como dice la canción —Marcel se toca la barbilla atraído quizá por el hoyuelo de la chica—, ¿qué hace una chica como tú en un sitio como este?
—Es una historia un tanto extraña, ¿verdad, Profe?
El camarero llega con la bandeja.
—Nos traes un vaso más cuando puedas —le pide el italiano.
—No faltaba más —dice el joven dejando la jarra en la mesa sin quitar la vista de Laura.
—¡Anda, cómo os cuidáis! —La muchacha agarra la cuchara de madera y da vueltas al líquido—. Así da gusto sentarse. Acercadme los vasos, yo os sirvo.
—Pues sí —asiente Carlo—, la historia de esta chica tiene su miga.
—¿Más que la tuya? —pregunta Jaime.
—Eso es imposible —apunta Marcel.
—Digamos que lo dejó todo por amor. —El Profe mira a Laura con ojos tiernos y da un buen trago de sangría—. Pero la cosa se complicó un poquito.
—Ojalá hubiera sido un poquito…
El camarero trae el vaso que faltaba.
—Yo te sirvo, guapa.
La chica le da las gracias y espera a que se marche para comenzar su relato.
—Estaba haciendo segundo de Periodismo en la Universidad de Valencia. No es que fuera muy aplicada, pero iba avanzando. El caso es que conocí a Diego, un chico guapísimo y rico; el más popular de la facultad. Su padre era constructor en pleno apogeo de la burbuja inmobiliaria. Me enamoré perdidamente. ¿Qué chica no hubiera sucumbido a ello? Él era un pésimo estudiante. Un día me dijo que dejaba los estudios. Su padre, que lo necesitaba en la empresa, le puso un despacho y un gran sueldo. La cosa fue a más muy rápidamente. Enseguida se hizo popular entre los colegas del gremio. Tenía carisma y era buen vendedor.
—No hacía falta ser muy bueno —apunta Jaime, cortando el relato de la joven—. Entonces se vendía todo y a precio de oro, hasta lo más cutre.
—Eso es cierto— afirma Laura—. El caso es que además triunfaba entre las señoras de la alta sociedad.
—Vaya, esto se pone interesante.
—¡Qué manía tienes con no dejar hablar! —Marcel mueve la cabeza en señal de desesperación.


Continuará.

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