Está claro que después de esto la vida no volverá a ser como antes. Al menos, en el corto y medio plazo, los eventos que aglutinen mucha gente no podrán realizarse. Se dice que la vacuna no estará lista para ser suministrada hasta dentro de un año. Los colegios no podrán continuar su actividad con normalidad, y es posible que, cuando puedan abrir, los teatros y cines no dispensen más que un pequeño porcentaje de sus aforos. Lo mismo ocurrirá con los locales de ocio y hostelería. Después, ya con los años, cuando este virus sea como uno más y convivamos con él como hacemos ahora con la gripe común, las cosas tampoco serán como las hemos conocido hasta ahora. Existirán, seguramente, controles de temperatura corporal a la entrada de museos. Una aplicación de móvil nos dirá si a nuestro alrededor hay algún tipo de peligro de contagio... Creo que algo de esto sucederá (ya lo están aventurado algunos sociólogos y diversos expertos). De todos modos, ojalá que salgamos todos de ésta con buenas vibraciones y mayor empatía con los demás. Con la lección aprendida de que individualmente somos muy vulnerables pero que en equipo podemos salir adelante. Valoraremos mucho más los pequeños paseos por el campo, el sonido del río, el olor de la hierba mojada, la silueta de nuestra ciudad desde la lejanía, un simple banco cuando te vence el cansancio. Ojalá, como ya he leído por ahí, que este tremendo revés nos haga ser mejores personas. Y que nadie se vuelva a sentir superior a nadie, porque está demostrado que siempre puede haber algo que nos haga temblar de miedo.
jueves, 26 de marzo de 2020
lunes, 23 de marzo de 2020
NOVELA POR ENTREGAS. CAPÍTULO 5 (PRIMERA PARTE)
Entrada anterior.
5
—Desde el barrio no se ha organizado nada, que yo sepa. —María revisa, uno a uno, todos los folios que contiene una carpeta azul—. El Ayuntamiento sí que puso en marcha un programa de viajes para personas mayores en convenio con el IMSERSO. Los destinos subvencionados son: Andalucía, Baleares, Cataluña, Murcia, Comunidad Valenciana y Canarias. Se trata de viajes culturales y turismo de naturaleza
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—Desde el barrio no se ha organizado nada, que yo sepa. —María revisa, uno a uno, todos los folios que contiene una carpeta azul—. El Ayuntamiento sí que puso en marcha un programa de viajes para personas mayores en convenio con el IMSERSO. Los destinos subvencionados son: Andalucía, Baleares, Cataluña, Murcia, Comunidad Valenciana y Canarias. Se trata de viajes culturales y turismo de naturaleza
—Búscame las fechas del de
Andalucía, por favor. —Roger se remueve nervioso en la silla.
—La
duración es de cinco días para turismo de naturaleza —la administrativa de la asociación cultural
continúa leyendo—, seis o siete para viajes culturales y de
ocho a quince para costas e islas.
—Necesito saber la fecha
exacta del viaje a Andalucía.
—Oiga, estoy haciendo lo
que puedo. —La joven parece molesta—.
Si quiere información precisa, le recomiendo que acuda al área de cultura del
Ayuntamiento.
—Discúlpame, pero debes
entender mi preocupación. ¿No pone ninguna fecha?
—A ver… Aquí solo dice que
este programa es para primavera y otoño, pero no especifica los días. Ya le
digo que…
—Está bien —dice Roger
levantándose—. Te agradezco tu tiempo. ¿Podrías darme ese teléfono del
ayuntamiento?
Roger
sale a la calle desesperado. Saca el teléfono y marca el número que le ha
facilitado María.
—Cultura, ¿digui? —contesta una chica al otro lado
de la línea.
—Disculpe, me gustaría
saber cuándo es el viaje cultural por Andalucía que organizan ustedes en
colaboración con el IMSERSO.
—Me parece que ya se hizo.
Un momento que me aseguro y le confirmo.
Roger escucha voces
lejanas. Al cabo de unos veinte interminables segundos, la funcionaria vuelve.
—El viaje a Andalucía se
hizo en mayo, señor. ¿Alguna cosa más?
—No, gracias.
El hijo de Marcel cuelga,
respira hondo y piensa. Ya sabe cuál será su próximo destino.
Roger entra en la Jefatura
Superior de Policía de Cataluña. Ha tenido que dar un pequeño paseo a través de
la Gran Vía de les Corts y Vía Layetana. Como abogado, es conocedor de lo
importante que son las primeras horas en la desaparición de una persona. Cuanto
antes se busque, es más fácil que pueda estar cerca del lugar de la
desaparición y obtener pruebas y testimonios.
—Hola, vengo a denunciar
una desaparición.
—Acompáñeme, por favor.
Uno de los agentes que se
encuentran en la entrada lo lleva por un pasillo y se detiene en la segunda
puerta de la derecha. La golpea suavemente con los nudillos y abre.
—Puede pasar.
Un oficial de unos sesenta
años está trabajando en su mesa. Es delgado y tiene el pelo blanco.
—Siéntese —dice sin
levantar la cabeza.
Transcurren un par de
minutos hasta que el policía se quita las gafas y levanta la mirada.
—Usted dirá.
—Quiero tramitar una
denuncia de desaparición.
—Me enseña su
documentación, por favor.
Roger extrae el DNI de su
cartera y lo deja en la mesa. El agente vuelve a colocarse las gafas.
—Usted vive en Gerona,
señor… Badía.
—Sí. Mi padre es el que
vive aquí. Ha desaparecido. No sabemos nada de él desde anoche. Es fundamental
que se actúe lo antes posible. Soy abogado y sé cómo funciona esto.
El oficial lo mira
fijamente.
—No, caballero. Usted no
sabe cómo funcionan las cosas en este sentido. Si lo supiera, no habría dicho
eso. La Policía sabe perfectamente lo que tiene que hacer. No venga aquí a dar
lecciones porque saldrá trasquilado. Dígame, se trata de una desaparición
voluntaria, involuntaria o forzosa.
—Creo que esa pregunta no…
—Mire, si no me va a dejar
trabajar, será mejor que salga de aquí.
—Disculpe, yo…
—Sepa usted, señor… —vuelve
a mirar el carnet— Badía, que el Ministerio del Interior ya estableció en 2019
una nueva clasificación de las personas desaparecidas ateniéndose a los
supuestos que le acabo de formular.
—Ha sido una desaparición
voluntaria.
—Bien, vamos avanzando.
Cuénteme todo lo que sepa.
Roger procede a relatar,
paso a paso, todo lo ocurrido desde la llamada que le hizo la cuidadora de su
madre a primera hora de la mañana.
—¿Puedo ver esa carta?
—Es personal —responde
Roger contrariado.
El policía vuelve a
sostenerle fijamente la mirada.
—Cualquier dato, por
pequeño que sea o tenga la connotación que tenga, puede ser muy importante para
resolver el caso. Usted verá.
Roger saca la hoja doblada
del bolsillo derecho de su chaqueta y se la entrega. El oficial la escanea y la
guarda en su ordenador junto al testimonio de la denuncia.
—¿Tiene usted ahí una
fotografía actual de su padre?
Roger asiente y busca en
su teléfono. Después se la enseña.
—Envíemela a este email. Y
luego hágame una descripción física total.
Roger accede a la
petición. El agente toma nota de todo durante unos minutos.
—¿Lo encontrarán?
El policía se levanta y
mueve el cuello a izquierda y derecha.
—Señor Badía, eso no se lo
puedo asegurar, pero quiero que sepa que se han resuelto satisfactoriamente el
93% de las denuncias por desapariciones que se han presentado en España en los
últimos diez años. Más de la mitad se resuelven en los tres primeros días.
Lógicamente, a medida que va transcurriendo el tiempo, las posibilidades bajan
mucho.
—Por eso le pedía antes
actuar con prontitud.
—Todo lleva su proceso.
Entiendo cómo se siente. Pero hay que pensar. —El oficial se apoya en el
extremo de la mesa—. Su padre tenía todo muy bien calculado. Nos encontramos ante
un adulto libre y en su sano juicio que ha tomado la decisión de marcharse. Todo
indica que ya no se encuentra en la ciudad.
—¿Qué piensa hacer?
—Lo primero, encontrarle.
—¿Y cómo?
—Hay que investigar en el aeropuerto
y en las estaciones de bus y ferrocarril. No se preocupe, pronto conoceremos cuál
ha sido su destino.
Continuará.
miércoles, 18 de marzo de 2020
EL ESTADO DE ALARMA DESDE MI VENTANA

No
era mi intención escribir sobre lo que está ocurriendo. Hay ya demasiada
información sobre ello y personas que relatan su día a día con verdadera
maestría. Pero hace escasos minutos (estoy escribiendo esta entrada a las 18.40
horas del cuarto día de cuarentena) he visto algo que me ha indignado
sobremanera. No soy de los que se pasan el día pegado a la ventana, más bien
todo lo contrario, sin embargo, estos días tengo la persiana levantada y las
cortinas abiertas por si sucede algo, cosa que no suele pasar. Pues bien, acabo
de presenciar como un tipo se paseaba por la acera hablando por el móvil y con actitud
chulesca. No, no llevaba perro ni bolsas de compra ni nada que se le parezca.
El “melocotón”, por llamarlo de algún modo y suavemente, que tendría unos
sesenta y tantos años de edad, hacía sus paraditas para echarse unas risas y después
proseguía su paseo parsimonioso, balanceando su cuerpo al estilo Negan en The Walking Dead (los que sigan la serie me entenderán). Al cabo de
un rato, se ha cruzado con él un joven, que tampoco llevaba nada ni parecía
tener prisa. He esperado a ver si se metía en alguno de los coches aparcados,
pero no, el tío ha seguido caminando hasta desaparecer por el otro lado de la
calle. Para que haya gente civilizada y consecuente con lo que tenemos encima
tiene que haber también gilipollas, igual que para que haya listos tiene que
haber tontos. En este caso, la irresponsabilidad de estos sujetos es de una
magnitud incalculable. Me he cagado en ellos una y mil veces sin abrir la
ventana (reconozco que me he contenido bastante). Es indignante que la gran mayoría
de los ciudadanos estemos siguiendo a rajatabla las normas que dicta el estado
de alarma mientras que algunos indeseables se las pasen por el forro de la
entrepierna.
Esta
mañana también he visto como unos agentes de la Guardia Civil han procedido a
detener un vehículo que viajaba con dos personas en su interior. La verdad es
que han demostrado una paciencia y un aplomo impresionantes ante la retahíla de
quejas que proferían los infractores. Les han explicado qué decía la normativa
al respecto y al no encontrar atención alguna, han procedido a multarles. Mirad
que no me alegro del mal de nadie, pero en este caso he aplaudido tanto o más
que con el gol de Iniesta (bueno, igual exagero un poco).
Hoy
no he salido. Ayer sí lo hice, tuve que llevar unos paquetes de mi trabajo a la
oficina de Correos. Mi mujer es una de las heroínas de los supermercados. Ahora
mismo está allí, sin apenas medidas de protección, dando el callo para que los
demás puedan llevarse a casa alimentos necesarios y otros que no lo son tanto. En
casa la situación se lleva bien por el momento. Hay tiempo para todo. He visto,
en tres días y medio, más películas clásicas que en toda mi vida. Música,
lectura y, sobre todo, escritura ocupan mi quehacer cotidiano. También echo una
mano en las labores domésticas (ya lo hacía antes de la crisis sanitaria, pero
no en la medida que debería, todo hay que decirlo).
En
fin, que he comenzado indignado este post y ahora estoy algo más tranquilo. ¿De
qué sirve enojarse con lo que aún nos queda? Sed buenos y feliz cuarentena.
martes, 17 de marzo de 2020
NOVELA POR ENTREGAS. CAPÍTULO 4 (SEGUNDA PARTE)
—O se dice o no se dice
—puntualiza Jaime—. Eso de que no es el momento…
—Dejémoslo ahí. Ya habrá
tiempo de ello. ¿No os servís vino? Está bastante aceptable.
Marcel asiente y sirve
primero a su amigo.
—Pero si comemos todos los
días con agua —protesta Jaime.
—Olvida todo lo anterior.
Recuerda que ahora somos dos personas nuevas con ganas de vivir. Continúa,
Carlo.
—Estudié Medicina en la
Universidad de Bolonia. Mi padre también lo hizo allí y era su deseo que yo
siguiera sus pasos. Mi familia es de Módena, que está a poco más de cuarenta
kilómetros. En vacaciones regresaba a San Giovanni, pero ya nada era igual. Mis
amigos se habían dispersado cada uno por una localidad distinta y, sobre todo,
se notaba la ausencia del padre Pío, que había fallecido en 1968. Sentí mucho
su pérdida y el no poder volver a hablar con él; aunque, en cierto modo,
siempre hemos estado en contacto. Años más tarde, al acabar la carrera, obtuve
una plaza de médico en la propia Módena, donde vivían mis abuelos. Allí he
vivido casi toda mi vida y allí me casé.
—No nos habías dicho que
estabas casado —advierte Jaime.
—Y no lo estoy. Mi
matrimonio duró un abrir y cerrar de ojos. A los cuatro meses de casarnos,
Simona se marchó. Dijo que no aguantaba más. La verdad es que llevaba parte de
razón; yo he sido siempre un despropósito. Me pasaba el día en la consulta y,
aún encima, visitaba a enfermos que me lo pedían. Nunca me negué.
—Pero ella ya sabía que se
casaba con un doctor —apunta Marcel.
—Con uno normal, no conmigo.
Ya os digo que apenas paraba en casa, y eso, queridos amigos, es la ruina de
todo matrimonio.
—Supongo que no tendríais
hijos…
—No, y menos mal. No me
quiero imaginar cómo hubiera crecido el pobrecito con unos padres separados
desde el minuto uno.
—¿No volviste a casarte?
—pregunta Jaime.
—No. En eso fui listo. La
primera experiencia me sirvió para darme cuenta de que yo era totalmente
incompatible con la vida en pareja.
—Pero…
—Si vas a preguntarme si
tuve novia, te respondo que sí. Más bien, amistades algo íntimas, pero de poca
duración y sin compartir techo.
—¿Y lo de Profe?
—Bueno… eso me viene desde
niño.
—¿Adivinas el futuro?
—Si me dejáis hablar, os
lo contaré con todo lujo de detalles.
—Pero si no callas —dice
Jaime.
—Deja que lo cuente, por
favor. —Marcel sube un poco el tono—. Si no, no va a terminar nunca y me
interesa lo que está diciendo.
—Calma, muchachos. —El
italiano intenta apaciguar los ánimos—. Levantad vuestras copas y brindemos por
este nuevo tiempo que se avecina para vosotros.
Los tres unen sus copas y
beben un trago. Carlo prosigue con su narración.
—Desde muy pequeño sentí
que poseía dotes para interpretar casi a la perfección ciertas señales.
Después, con los años, descubrí que eso era lo que algunos denominan intuición,
porque la profecía consiste en eso, en entrar en una dimensión de intuición
donde se recibe una respuesta inmediata. Eso os puede parecer muy abstracto,
pero es lo que yo llamo “conoce la respuesta intuitivamente”. A veces, esa
respuesta puede o no sorprender, pero hay que tener la valentía de llevarla a
cabo. En eso, repito, consiste la verdadera profecía, en ser capaz de acceder a
un conocimiento que, no siendo del todo racional, pero sí intuitivo y
profético, ayude a conocer la relación de causa y efecto en un tema determinado
para poder tomar una decisión.
—Yo pensaba que eso de
profeta venía solo de la Biblia —dice Jaime.
—Estaba seguro de que me
ibais a asociar, de alguna manera, con los profetas bíblicos. Todo el mundo lo
hace, no os preocupéis. Ellos hacían sus predicciones tras entrar en un estado
de meditación profunda, a través sobre todo de la oración, en el que recibían
visiones que después interpretaban. Aunque, como me ocurre a mí en la
actualidad, también podían acceder al conocimiento precognitivo para poder
entender lo que estaba ocurriendo y anticiparse al resultado.
—Perdona, pero no entiendo
nada —dice Jaime levantándose—. Mejor voy a por el postre.
Marcel hace una seña a
Carlo para que continúe.
—Básicamente se trata de entender
cómo funciona la ley de causa y efecto. Todo lo que nosotros hacemos, pensamos
y sentimos pone en marcha una serie de consecuencias.
—El karma —apunta Marcel.
—Exacto. Los orientales lo
llaman así. Por eso, si somos plenamente conscientes de esta ley, podremos
anticipar los resultados. Ese es el don de la profecía.
Jaime regresa con una gran
copa de helados variados.
—¿Dónde vas con eso?
Marcel se lleva la manos a la cara.
—¿No era el principio de
nuestra vida? —dice el viudo mientras hunde su cucharita en la bola de
chocolate—. Si comenzamos con el vino, habrá que terminar mejor, digo yo.
Los otros dos sueltan una
sonora carcajada. Solo quedan ellos y una pareja de jóvenes en todo el comedor.
Las camareras no parecen demasiado contentas. Una de ellas se acerca.
—¿No se cansa nunca,
Profe? Estos señores querrán retirarse a descansar un poco.
—De ti sí que no me
cansaría nunca, Judit. Cada día estás más guapa. Debes tener a tu novio
loquito.
—No empiece con sus
piropos que nos conocemos. Ande y tómese el café fuera; le vendrá bien el aire.
La muchacha retira los
platos vacíos enseñando un prominente escote. Jaime y Marcel no saben dónde
mirar.
—Será mejor que salgamos.
—Marcel se levanta.
—¡Pero si no has comido
postre!
—Ya sabes que no suelo
comerlo, Jaime. Además estoy cansado.
Carlo paga el vino y los
tres abandonan el comedor dando las gracias.
—Supongo que no querréis
tomar el café en mi compañía. Ahora en la terraza se está de maravilla.
—Nos subimos a la
habitación —dice Marcel señalando el ascensor—. Después nos vemos.
Los dos amigos entran en
la habitación 327 y se dejan caer sobre sus camas. Están tan cansados que no
encienden ni el televisor.
—Voy a dormir un poco
—dice Jaime dándose media vuelta.
—Yo no voy a poder
—contesta Marcel—. Hay algo en ese italiano que me intranquiliza.
Jaime vuelve a girarse.
—Pero si eras tú el que
decía que…
—No empecemos, Jaime.
—Hay algo de lo que nos ha
contado que no cuadra, ¿verdad?
—No es eso. Su vida
personal la puedes creer o no, pero hay otra cosa…
—Que está como una puta
cabra —suelta Jaime.
—No creas. La verdad es
que el hombre es muy convincente y parece saber muy bien lo que dice…
—¿Pero?
—Creo que sabe más de
nosotros.
—¿Más de lo que le hemos
contado?
—Sí. Estoy seguro.
—¡Ay, madre! Espera un poco.
Jaime se incorpora, coge
unos utensilios de aseo, ropa cómoda y entra al baño. Abre el grifo del lavabo,
espera unos segundos y mete la cabeza debajo. Deja que su calva sienta el frío
chorro un buen rato. Es un buen momento para pensar si ha hecho bien en
acompañar a su amigo en esta aventura, si debe llamar a su hijo para que esté
tranquilo o si lo mejor es dejarse llevar pase lo que pase…. Cierra el grifo y
envuelve su cabeza con una de las dos toallas de manos. Se pone un pantalón
corto y una camiseta.
—Ya estoy listo —dice
llegando a su cama—. Puedes conti…
Pero Marcel ya está sumido
en un profundo sueño. Ni esa preocupación que le ronda la cabeza ha sido capaz
de evitar que se durmiera. Jaime lo mira con ternura. Sabe que la decisión que
tomó su amigo al fugarse no ha sido nada fácil, que debe llevar muchos días,
con el corazón en un puño, sopesando los pros y los contras. Y ahora, para
colmo, este italiano que ha aparecido de repente en sus vidas. Es como si
alguien lo hubiera puesto ahí para controlarles cuando ni tan siquiera habían
comenzado la aventura. El pequeño extremeño se sienta resignado y exclama en
voz baja:
—¡Joder, qué difícil es
vivir como le dé a uno la gana!
Continuará.
viernes, 13 de marzo de 2020
NOVELA POR ENTREGAS. CAPÍTULO 4 (PRIMERA PARTE)
Entrada anterior.
—Miguel,
¿una habitación doble para estos amigos?

—¿No tienen reserva?
—pregunta el recepcionista.
Carlo niega con la cabeza.
—Pero, hombre, ¿cómo te
tengo que decir que no me hagas esto? —El empleado teclea algo y busca en el monitor—.
Ya sabes que en estas fechas siempre estamos a tope.
—No querrás que se vayan a
estas horas a buscar alojamiento…
—Déjalo, Carlo. —Marcel
pone la mano en el hombro del italiano—. El señor está haciendo su trabajo.
—Ya veo que ustedes no
conocen aún muy bien a el Profe —dice Miguel mientras les enseña dos tarjetas—.
¿Me prestan sus carnets, por favor?
Los dos amigos depositan
sus documentos de identidad en el mostrador. Jaime se gira mirando a Carlo.
—¿Eras profesor?
El recepcionista no puede
aguantar la risa.
—Todos por aquí me llaman
el Profeta —responde el italiano—. Ya os contaré…
—Eso, que os cuente —anima
el recepcionista señalándole—. Tomen sus tarjetas. Habitación 327. Si se dan
prisa, podrán comer. El comedor cierra a las tres.
Marcel y Jaime dejan las
maletas sin deshacer y se asean en el baño de la habitación. Están bastante
cansados después de cuatro horas y media en tren y casi una en autobús.
Decidieron ir finalmente a Benidorm, tras comprobar que había muchas y buenas
combinaciones para ello. Carlo también tuvo mucho que ver, al fin y al cabo ha
hecho el mismo viaje desde Barcelona. Este dicharachero italiano, también
jubilado, aunque algo más joven (acaba de cumplir sesenta y ocho años), comenzó
a entablar conversación con ellos nada más partir y, al percibir sus dudas, les
aconsejó alojarse en el hotel Los Álamos, donde él posee una habitación durante
diez meses al año. En julio y agosto vuela a su país para visitar a su familia
y escapar así de la época con más aglomeración de turistas que sufre la ciudad
costera. Hoy, con el mes de septiembre ya comenzado, ha regresado nuevamente a
España. Jaime era en un principio algo reacio a iniciar una amistad con Carlo.
Desconfiaba del italiano y de su excesiva verborrea. Sin embargo, al ver cómo
era tratado en todos los lugares por donde pasaban, y principalmente en el
hotel, su preocupación se ha disipado por completo.
—Buenas tardes, señores
—les saluda la encargada en la puerta del comedor—. El Profe les está esperando
en la mesa del fondo a la derecha.
Marcel y Jaime se miran
sin mediar palabra y acuden al lugar indicado.
—Hay paella de marisco
—dice Carlo señalando el buffet situado a su izquierda—. Tiene una pinta
buenísima.
—No has perdido el tiempo
—responde Jaime.
—Disculpadme que no os
haya esperado, pero tenía un hambre voraz.
Los dos amigos recorren el
buffet con parsimonia para ver todo lo que contiene. Hacen caso al italiano y
se sirven paella. Marcel la acompaña con un plato de ensalada mientras Jaime
opta por un consomé de ave para abrir boca. Una vez sentados, el Profe comienza
la conversación.
—Quizá sea hora de
presentarnos como Dios manda, si es que vamos a continuar con la amistad…
—No veo por qué no
—responde Marcel—. Empieza tú. Según parece tu vida ha sido y es mucho más entretenida
que la nuestra.
Carlo hace un gesto con la
mano, hunde el tenedor en la paella y se lo lleva a la boca. Después se limpia
con la servilleta.
—Como os he dicho durante
el viaje, he sido médico de medicina general. Pero comenzaré desde el principio.
Nací en San Giovanni Rotondo, una pequeña ciudad cerca de Foggia, en el sureste
de Italia. No sé si os suena de algo…
Marcel y Jaime niegan con
la cabeza. El Profe continúa.
—¿Habéis oído hablar del
padre Pío de Pietrelcina?
Jaime vuelve a negar.
Marcel piensa unos segundos.
—¿El fraile de los
estigmas? —pregunta.
—El mismo. A mi padre, que
también era médico de familia, lo trasladaron a San Giovanni. Bueno, fue él
quien lo solicitó. Desde siempre tuvo una gran admiración por el padre Pío. Allí
nací, crecí y viví hasta que me llegó la hora de ir a la Universidad. Fueron
años increíbles. La verdad es que, a nuestra edad, recordamos la niñez con
mucho entusiasmo. Aunque lo que más me impresionó fue el entonces padre Pío,
ahora ya santo.
—Yo no soy creyente
—apunta Jaime—, pero Marcel va a misa todos los domingos y fiestas de guardar.
—¿Hablaste con él?
—pregunta Marcel—. Estoy seguro de que vivirías una experiencia maravillosa.
—Fue lo mejor que me ha pasado en la vida. —El Profe retira su plato y
apoya los brazos sobre la mesa—. Coincidimos pocas veces; la última, siendo yo
un adolescente. Su médico, el doctor Scalante, estaba de vacaciones y mi padre
le hizo la suplencia. Como era verano, yo le acompañé al convento. El padre Pío
tenía fiebre y mi padre le suministró analgésicos y antipiréticos, pero el
religioso ni siquiera los miró. Decía que era la voluntad de Dios y que debía
sufrir. En ese momento me dijo algo que no he olvidado hasta el día de hoy.
—¿Qué te dijo? —pregunta
intrigado Marcel.
—No os lo puedo decir aún.
No es el momento.
Continuará.
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