—O se dice o no se dice
—puntualiza Jaime—. Eso de que no es el momento…
—Dejémoslo ahí. Ya habrá
tiempo de ello. ¿No os servís vino? Está bastante aceptable.
Marcel asiente y sirve
primero a su amigo.
—Pero si comemos todos los
días con agua —protesta Jaime.
—Olvida todo lo anterior.
Recuerda que ahora somos dos personas nuevas con ganas de vivir. Continúa,
Carlo.
—Estudié Medicina en la
Universidad de Bolonia. Mi padre también lo hizo allí y era su deseo que yo
siguiera sus pasos. Mi familia es de Módena, que está a poco más de cuarenta
kilómetros. En vacaciones regresaba a San Giovanni, pero ya nada era igual. Mis
amigos se habían dispersado cada uno por una localidad distinta y, sobre todo,
se notaba la ausencia del padre Pío, que había fallecido en 1968. Sentí mucho
su pérdida y el no poder volver a hablar con él; aunque, en cierto modo,
siempre hemos estado en contacto. Años más tarde, al acabar la carrera, obtuve
una plaza de médico en la propia Módena, donde vivían mis abuelos. Allí he
vivido casi toda mi vida y allí me casé.
—No nos habías dicho que
estabas casado —advierte Jaime.
—Y no lo estoy. Mi
matrimonio duró un abrir y cerrar de ojos. A los cuatro meses de casarnos,
Simona se marchó. Dijo que no aguantaba más. La verdad es que llevaba parte de
razón; yo he sido siempre un despropósito. Me pasaba el día en la consulta y,
aún encima, visitaba a enfermos que me lo pedían. Nunca me negué.
—Pero ella ya sabía que se
casaba con un doctor —apunta Marcel.
—Con uno normal, no conmigo.
Ya os digo que apenas paraba en casa, y eso, queridos amigos, es la ruina de
todo matrimonio.
—Supongo que no tendríais
hijos…
—No, y menos mal. No me
quiero imaginar cómo hubiera crecido el pobrecito con unos padres separados
desde el minuto uno.
—¿No volviste a casarte?
—pregunta Jaime.
—No. En eso fui listo. La
primera experiencia me sirvió para darme cuenta de que yo era totalmente
incompatible con la vida en pareja.
—Pero…
—Si vas a preguntarme si
tuve novia, te respondo que sí. Más bien, amistades algo íntimas, pero de poca
duración y sin compartir techo.
—¿Y lo de Profe?
—Bueno… eso me viene desde
niño.
—¿Adivinas el futuro?
—Si me dejáis hablar, os
lo contaré con todo lujo de detalles.
—Pero si no callas —dice
Jaime.
—Deja que lo cuente, por
favor. —Marcel sube un poco el tono—. Si no, no va a terminar nunca y me
interesa lo que está diciendo.
—Calma, muchachos. —El
italiano intenta apaciguar los ánimos—. Levantad vuestras copas y brindemos por
este nuevo tiempo que se avecina para vosotros.
Los tres unen sus copas y
beben un trago. Carlo prosigue con su narración.
—Desde muy pequeño sentí
que poseía dotes para interpretar casi a la perfección ciertas señales.
Después, con los años, descubrí que eso era lo que algunos denominan intuición,
porque la profecía consiste en eso, en entrar en una dimensión de intuición
donde se recibe una respuesta inmediata. Eso os puede parecer muy abstracto,
pero es lo que yo llamo “conoce la respuesta intuitivamente”. A veces, esa
respuesta puede o no sorprender, pero hay que tener la valentía de llevarla a
cabo. En eso, repito, consiste la verdadera profecía, en ser capaz de acceder a
un conocimiento que, no siendo del todo racional, pero sí intuitivo y
profético, ayude a conocer la relación de causa y efecto en un tema determinado
para poder tomar una decisión.
—Yo pensaba que eso de
profeta venía solo de la Biblia —dice Jaime.
—Estaba seguro de que me
ibais a asociar, de alguna manera, con los profetas bíblicos. Todo el mundo lo
hace, no os preocupéis. Ellos hacían sus predicciones tras entrar en un estado
de meditación profunda, a través sobre todo de la oración, en el que recibían
visiones que después interpretaban. Aunque, como me ocurre a mí en la
actualidad, también podían acceder al conocimiento precognitivo para poder
entender lo que estaba ocurriendo y anticiparse al resultado.
—Perdona, pero no entiendo
nada —dice Jaime levantándose—. Mejor voy a por el postre.
Marcel hace una seña a
Carlo para que continúe.
—Básicamente se trata de entender
cómo funciona la ley de causa y efecto. Todo lo que nosotros hacemos, pensamos
y sentimos pone en marcha una serie de consecuencias.
—El karma —apunta Marcel.
—Exacto. Los orientales lo
llaman así. Por eso, si somos plenamente conscientes de esta ley, podremos
anticipar los resultados. Ese es el don de la profecía.
Jaime regresa con una gran
copa de helados variados.
—¿Dónde vas con eso?
Marcel se lleva la manos a la cara.
—¿No era el principio de
nuestra vida? —dice el viudo mientras hunde su cucharita en la bola de
chocolate—. Si comenzamos con el vino, habrá que terminar mejor, digo yo.
Los otros dos sueltan una
sonora carcajada. Solo quedan ellos y una pareja de jóvenes en todo el comedor.
Las camareras no parecen demasiado contentas. Una de ellas se acerca.
—¿No se cansa nunca,
Profe? Estos señores querrán retirarse a descansar un poco.
—De ti sí que no me
cansaría nunca, Judit. Cada día estás más guapa. Debes tener a tu novio
loquito.
—No empiece con sus
piropos que nos conocemos. Ande y tómese el café fuera; le vendrá bien el aire.
La muchacha retira los
platos vacíos enseñando un prominente escote. Jaime y Marcel no saben dónde
mirar.
—Será mejor que salgamos.
—Marcel se levanta.
—¡Pero si no has comido
postre!
—Ya sabes que no suelo
comerlo, Jaime. Además estoy cansado.
Carlo paga el vino y los
tres abandonan el comedor dando las gracias.
—Supongo que no querréis
tomar el café en mi compañía. Ahora en la terraza se está de maravilla.
—Nos subimos a la
habitación —dice Marcel señalando el ascensor—. Después nos vemos.
Los dos amigos entran en
la habitación 327 y se dejan caer sobre sus camas. Están tan cansados que no
encienden ni el televisor.
—Voy a dormir un poco
—dice Jaime dándose media vuelta.
—Yo no voy a poder
—contesta Marcel—. Hay algo en ese italiano que me intranquiliza.
Jaime vuelve a girarse.
—Pero si eras tú el que
decía que…
—No empecemos, Jaime.
—Hay algo de lo que nos ha
contado que no cuadra, ¿verdad?
—No es eso. Su vida
personal la puedes creer o no, pero hay otra cosa…
—Que está como una puta
cabra —suelta Jaime.
—No creas. La verdad es
que el hombre es muy convincente y parece saber muy bien lo que dice…
—¿Pero?
—Creo que sabe más de
nosotros.
—¿Más de lo que le hemos
contado?
—Sí. Estoy seguro.
—¡Ay, madre! Espera un poco.
Jaime se incorpora, coge
unos utensilios de aseo, ropa cómoda y entra al baño. Abre el grifo del lavabo,
espera unos segundos y mete la cabeza debajo. Deja que su calva sienta el frío
chorro un buen rato. Es un buen momento para pensar si ha hecho bien en
acompañar a su amigo en esta aventura, si debe llamar a su hijo para que esté
tranquilo o si lo mejor es dejarse llevar pase lo que pase…. Cierra el grifo y
envuelve su cabeza con una de las dos toallas de manos. Se pone un pantalón
corto y una camiseta.
—Ya estoy listo —dice
llegando a su cama—. Puedes conti…
Pero Marcel ya está sumido
en un profundo sueño. Ni esa preocupación que le ronda la cabeza ha sido capaz
de evitar que se durmiera. Jaime lo mira con ternura. Sabe que la decisión que
tomó su amigo al fugarse no ha sido nada fácil, que debe llevar muchos días,
con el corazón en un puño, sopesando los pros y los contras. Y ahora, para
colmo, este italiano que ha aparecido de repente en sus vidas. Es como si
alguien lo hubiera puesto ahí para controlarles cuando ni tan siquiera habían
comenzado la aventura. El pequeño extremeño se sienta resignado y exclama en
voz baja:
—¡Joder, qué difícil es
vivir como le dé a uno la gana!
Continuará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todo el mundo es libre de expresar su opinión, siempre que sea desde el respeto y sin insultos. Gracias por participar.