viernes, 13 de marzo de 2020

NOVELA POR ENTREGAS. CAPÍTULO 4 (PRIMERA PARTE)

Entrada anterior.

Resultado de imagen de hotel los alamos benidorm—Miguel, ¿una habitación doble para estos amigos?
—¿No tienen reserva? —pregunta el recepcionista.
Carlo niega con la cabeza.
—Pero, hombre, ¿cómo te tengo que decir que no me hagas esto? —El empleado teclea algo y busca en el monitor—. Ya sabes que en estas fechas siempre estamos a tope.
—No querrás que se vayan a estas horas a buscar alojamiento…
—Déjalo, Carlo. —Marcel pone la mano en el hombro del italiano—. El señor está haciendo su trabajo.
—Ya veo que ustedes no conocen aún muy bien a el Profe —dice Miguel mientras les enseña dos tarjetas—. ¿Me prestan sus carnets, por favor?
Los dos amigos depositan sus documentos de identidad en el mostrador. Jaime se gira mirando a Carlo.
—¿Eras profesor?
El recepcionista no puede aguantar la risa.
—Todos por aquí me llaman el Profeta —responde el italiano—. Ya os contaré…
—Eso, que os cuente —anima el recepcionista señalándole—. Tomen sus tarjetas. Habitación 327. Si se dan prisa, podrán comer. El comedor cierra a las tres.

Marcel y Jaime dejan las maletas sin deshacer y se asean en el baño de la habitación. Están bastante cansados después de cuatro horas y media en tren y casi una en autobús. Decidieron ir finalmente a Benidorm, tras comprobar que había muchas y buenas combinaciones para ello. Carlo también tuvo mucho que ver, al fin y al cabo ha hecho el mismo viaje desde Barcelona. Este dicharachero italiano, también jubilado, aunque algo más joven (acaba de cumplir sesenta y ocho años), comenzó a entablar conversación con ellos nada más partir y, al percibir sus dudas, les aconsejó alojarse en el hotel Los Álamos, donde él posee una habitación durante diez meses al año. En julio y agosto vuela a su país para visitar a su familia y escapar así de la época con más aglomeración de turistas que sufre la ciudad costera. Hoy, con el mes de septiembre ya comenzado, ha regresado nuevamente a España. Jaime era en un principio algo reacio a iniciar una amistad con Carlo. Desconfiaba del italiano y de su excesiva verborrea. Sin embargo, al ver cómo era tratado en todos los lugares por donde pasaban, y principalmente en el hotel, su preocupación se ha disipado por completo.

—Buenas tardes, señores —les saluda la encargada en la puerta del comedor—. El Profe les está esperando en la mesa del fondo a la derecha.
Marcel y Jaime se miran sin mediar palabra y acuden al lugar indicado.
—Hay paella de marisco —dice Carlo señalando el buffet situado a su izquierda—. Tiene una pinta buenísima.
—No has perdido el tiempo —responde Jaime.
—Disculpadme que no os haya esperado, pero tenía un hambre voraz.
Los dos amigos recorren el buffet con parsimonia para ver todo lo que contiene. Hacen caso al italiano y se sirven paella. Marcel la acompaña con un plato de ensalada mientras Jaime opta por un consomé de ave para abrir boca. Una vez sentados, el Profe comienza la conversación.
—Quizá sea hora de presentarnos como Dios manda, si es que vamos a continuar con la amistad…
—No veo por qué no —responde Marcel—. Empieza tú. Según parece tu vida ha sido y es mucho más entretenida que la nuestra.
Carlo hace un gesto con la mano, hunde el tenedor en la paella y se lo lleva a la boca. Después se limpia con la servilleta.
—Como os he dicho durante el viaje, he sido médico de medicina general. Pero comenzaré desde el principio. Nací en San Giovanni Rotondo, una pequeña ciudad cerca de Foggia, en el sureste de Italia. No sé si os suena de algo…
Marcel y Jaime niegan con la cabeza. El Profe continúa.
—¿Habéis oído hablar del padre Pío de Pietrelcina?
Jaime vuelve a negar. Marcel piensa unos segundos.
—¿El fraile de los estigmas?  —pregunta.
—El mismo. A mi padre, que también era médico de familia, lo trasladaron a San Giovanni. Bueno, fue él quien lo solicitó. Desde siempre tuvo una gran admiración por el padre Pío. Allí nací, crecí y viví hasta que me llegó la hora de ir a la Universidad. Fueron años increíbles. La verdad es que, a nuestra edad, recordamos la niñez con mucho entusiasmo. Aunque lo que más me impresionó fue el entonces padre Pío, ahora ya santo.
—Yo no soy creyente —apunta Jaime—, pero Marcel va a misa todos los domingos y fiestas de guardar.
—¿Hablaste con él? —pregunta Marcel—. Estoy seguro de que vivirías una experiencia maravillosa.
—Fue lo mejor que me ha pasado en la vida. —El Profe retira su plato y apoya los brazos sobre la mesa—. Coincidimos pocas veces; la última, siendo yo un adolescente. Su médico, el doctor Scalante, estaba de vacaciones y mi padre le hizo la suplencia. Como era verano, yo le acompañé al convento. El padre Pío tenía fiebre y mi padre le suministró analgésicos y antipiréticos, pero el religioso ni siquiera los miró. Decía que era la voluntad de Dios y que debía sufrir. En ese momento me dijo algo que no he olvidado hasta el día de hoy.
—¿Qué te dijo? —pregunta intrigado Marcel.
—No os lo puedo decir aún. No es el momento.


Continuará.

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