jueves, 13 de febrero de 2020

NOVELA POR ENTREGAS. CAPÍTULO 2 (SEGUNDA PARTE)

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Jaime se toca la barbilla. Tiene muchas más preguntas por hacer. La idea de Marcel le parece algo descabellada, pero entiende su postura. Sin ir más lejos, a él mismo se le han ocurrido cosas peores.
—¿Qué piensas hacer? ¿Cómo vas a vivir?
—Eso no me preocupa. Lo que realmente pretendo es vivir, Jaime, tener libertad para hacer lo que me dé la gana y cuando quiera. La vida es muy corta y se nos pasa sin darnos cuenta. No quiero hacer daño a nadie, pero tengo derecho a ser feliz el tiempo que me quede.
—Das por hecho que encontrarás la felicidad de este modo. ¿Y si no es así?
—No contemplo esa opción, pero si no salen las cosas como espero, regresaré.
—Sabes que te deseo lo mejor. —Jaime alarga el brazo y toca la pierna de su amigo—. Comprendo tu reacción.
—Quiero que vengas conmigo. —Marcel saca otro billete de tren del bolsillo interior de su chaqueta y lo deja sobre la pequeña mesa de cristal—. Tú también lo necesitas, incluso más que yo.
—¡Ni hablar! —Jaime se echa hacia atrás negando con el dedo—. Yo ya no me muevo de aquí.
—Piénsalo, por favor. Podemos ser muy felices y hacer lo que nos venga en gana.
—Gracias, pero no. Mi vida está en la recta final y no tengo otro aliciente que el de esperar.
—¿Cuánto, Jaime? —Marcel se levanta un tanto nervioso—. Estás bien física y mentalmente. ¡Aprovéchalo! Tú también has sufrido mucho y has dado lo indecible por los tuyos. ¿Cómo te lo han pagado? Sé que estás muy jodido, es normal.
—Bueno, eso es cosa mía.
—Acompáñame, amigo. Pasemos página y vivamos el último capítulo de nuestra existencia como nos merecemos. Que les den por el culo a todos.
—Ya no tengo fuerzas para correr ese tipo de aventuras. Quizá hace unos años…
—No sirve de nada lamentarse. —Marcel pasea inquieto—. Se nos termina el tiempo, ya no habrá otra oportunidad.
Jaime niega con la cabeza, se pone en pie y abraza a su amigo.
—Cuídate mucho. Disfruta, pero no hagas tonterías. Sé que volverás.
—Hasta siempre, pequeño extremeño.

Marcel regresa a su casa cabizbajo. Había sido consciente desde un primer momento de la dificultad que entrañaba convencer a su amigo para que se uniera a la aventura, pero en su fuero interno siempre creyó en poder lograrlo. Ahora el plan se le complica un poco más. Sabe que entre los dos todo sería más sencillo y más divertido. No obstante, piensa que este contratiempo no debe cambiar en absoluto su firme decisión. 

Una luz permanece encendida toda la noche en una habitación del número 77 de la calle Bailén. Marcel ni siquiera se ha acostado. Sentado en la cama, pasa las horas mirando las viejas fotografías que guarda desde hace años y sin orden alguno dentro de una caja de zapatos. Nunca quiso hacer álbumes con ellas, como si de esa manera fuera posible escapar a los recuerdos. Siempre evitó mirar atrás y ver un pasado en color, pese a que la mayoría de las imágenes son en blanco y negro. Ahora, sin embargo, el gris lo envuelve todo. El gris de la monotonía, de la tristeza, de la desesperación… A las cinco en punto deja lo que está haciendo, se asea y se viste. Entra en el cuarto de su esposa y se sienta en la silla que hay al lado de la cama. Allí la observa con ternura, sin apenas luz, solo con la que se filtra por la puerta entreabierta proveniente del salón. Ella duerme plácidamente, ajena a un mundo que ya no percibe.
Te quiero mucho, Montse. Esta es una decisión muy difícil. Sé que tú en mi lugar no lo harías. Hasta yo mismo estoy sorprendido de actuar así. Solo intento vivir un poco, probar nuevamente el sabor de la felicidad, como cuando todo era maravilloso, ¿te acuerdas? —Marcel rompe a llorar cubriéndose el rostro con las dos manos—. Pase lo que pase, siempre te llevaré en mi corazón. Nos volveremos a ver allá arriba, ya lo verás.
Un beso y una lágrima, a modo de despedida, se mezclan en la suave cara de la mujer que continúa durmiendo. En esa habitación, y a esas horas de la madrugada, terminan cincuenta y cinco años de unión ininterrumpida.

El reloj Festina de la estación de Sants marca las 6.40. Marcel observa las pantallas de información con suma atención. En una de las líneas ve su tren. Al poco rato suena la megafonía: 
Euromed con destino Alicante y salida a las 7.00 horas, con paradas en Tarragona, Castellón de la Plana y Valencia-Joaquín Sorolla, hará su entrada por vía 11
El espigado anciano se dirige hacia la puerta que da acceso a la vía indicada. Arrastra una pequeña maleta de ruedas que apenas ha sido usada. En ella ha introducido lo meramente indispensable: ropa interior, un par de camisas, dos pantalones, dos jerséis, calzado y algunos enseres de aseo personal. Está algo cansado; desde que se jubiló, pocas veces ha salido a la calle tan temprano como hoy. Coloca el equipaje en la cinta y pasa por el detector. A continuación, enseña el billete a la operaria.
—Vagón número 12. Sitúese en la parte intermedia del andén. Buen viaje, señor.
Marcel baja por las escaleras mecánicas, accede al andén y se detiene más o menos en el centro. El tren llega. Viene de la estación de Francia, desde donde ha salido hace once minutos. Todavía quedan quince para que vuelva a arrancar. Sube al vagón 12 y busca su asiento. No le es fácil, los demás viajeros están haciendo lo mismo. Una señora, que se ha confundido de coche, se da media vuelta provocando un pequeño caos entre los que intentan acomodarse. Finalmente, Marcel, con el billete en la mano izquierda, encuentra el asiento número 14, deposita la maleta en el portaequipajes superior y se sienta. Viste camisa azul celeste a rayas, jersey azul marino, tejanos y zapatos naúticos del mismo color sin calcetines. Consulta su reloj: las 6.51. Aún quedan nueve minutos. Por la ventanilla observa como continúan llegando más personas. Los asientos de su izquierda los ocupan una madre y su hija. La pequeña rondará los nueve o diez años. Le pide el teléfono a su madre para jugar. La señora, algo estresada con la maleta, el bolso y varias bolsas de plástico, le responde que espere a que se siente. Un joven, que viaja justo detrás de ellas, se ofrece para subirle la maleta a la bandeja de arriba. Un matrimonio mayor acaba de llegar y se sitúa delante de Marcel. La mujer lee en alto el número de asiento que indica su billete y mira a los demás pasajeros. Su marido intenta impedirlo. El joven que ha ayudado a la otra señora asiente y le indica que está en el lugar correcto. El marido mueve la cabeza como diciendo “ya te lo decía yo”. Son las 6.55, algunos rezagados corren por el andén. Marcel toma una revista de la guantera y se pone a ojearla sin mucho entusiasmo. Tiene casi cinco horas de viaje. No le gusta mucho el tren. Mientras pudo viajó siempre en su coche, hasta que Montse enfermó. A partir de entonces ya no le hizo falta y terminó vendiéndolo de mala manera. La megafonía anuncia la inminente salida del convoy. Falta un minuto cuando otra persona entra con apuros en el vagón. Se disculpa con los demás pasajeros mientras avanza por el pasillo. Porta un gran bolso de viaje con el que roza a izquierda y derecha. Marcel, sorprendido, vuelve la cabeza cuando escucha su voz. Es Jaime.


Continuará.

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