jueves, 20 de febrero de 2020

NOVELA POR ENTREGAS. CAPÍTULO 3 (PRIMERA PARTE)












3


Roger acaba de llegar al domicilio de sus padres. En apenas una hora ha recorrido la distancia existente entre Gerona, ciudad donde vive, y Barcelona. Conchita, siguiendo las instrucciones dejadas por Marcel, aunque con mucho nerviosismo, lo telefoneó sin perder un segundo.
—¿Qué mierda es esta? —pregunta arrojando de malas maneras la chaqueta al sofá.
La mujer se encoje de hombros. Está temblando.
—Dejó esto para usted. —Conchita le hace entrega de la nota que va dirigida a él.
—¡Joder! ¿Cómo está mi madre? —dice mientras se encamina a su habitación.
—Como siempre. La cosa no ha empeorado mucho, gracias a Dios.
Roger contempla a su madre desde el final de la cama. No se acerca ni dice nada. Permanece unos instantes de pie. Su estado de crispación parece ir en aumento. Sale y vuelve la puerta.
—¡Cómo ha podido hacernos esto! —Roger aprieta los puños—. ¡Por qué!
Conchita se derrumba y comienza a llorar desconsoladamente.
—Llorando no solucionamos nada. —El hijo de Marcel se pasea por el salón pensativo—. ¿Tienes idea de si alguien más puede conocer el paradero de mi padre? ¿Dónde suele ir? ¿Con quién habla?
—Come todos los días en el Stickers, el restaurante de la esquina. —La afligida mujer seca sus lágrimas con un pañuelo de papel—. Abre un poco más tarde.
—¿A qué hora?
—Sobre las once y media.
—Está bien —dice poniéndose la chaqueta y guardando la nota doblada en su bolsillo interior—. Iré a tomarme un café mientras. Tú no te muevas de aquí y cuida de mi madre.
—No hace falta que me lo diga, lo hago siempre.

Roger sale del portal y cruza la calle. Tras dar unos pocos pasos entra en el Rincón de Amado, un restaurante cafetería que a esas horas no tiene mucha clientela. Al fondo, apoyado en la barra, un señor de avanzada edad lee con atención el periódico mientras otra solitaria señora, también mayor, degusta un café con leche sentada en una de las mesas.
—¿Me pone un carajillo?
El camarero, sin responder, procede a preparar el encargo.
—¿Sabes que el carajillo es un invento nuestro? —La señora se dirige a Roger.
—¿Cómo dice?
—Sí, los arrieros que esperaban su turno para cargar aquí, en la estación de Francia, como tenían mucha prisa, en lugar de pedir el café y la copa por separado, preferían que se lo mezclaran en un mismo vaso.
—No lo sabía.
—Eres el hijo de Montse y Marcel, ¿verdad?
Roger da un pequeño respingo y cambia la actitud de total indiferencia que tenía hasta ese mismo momento.
 —¿Conoce a mis padres?
—¡Ya lo creo! Pero a ti no te veía desde que eras un chavalín así —dice extendiendo la mano abierta a un metro del suelo—. Eres el vivo retrato de tu padre.
El abogado coge su consumición y se sienta junto a la señora.
—¿Vive usted en el barrio?
—Sí, antes incluso que tus padres.
—Ellos llevan toda la vida.
—Pues imagínate yo, que no he tenido otra casa desde que nací.
—Entonces usted es…
—Sí, hijo, soltera, pero no entera; que a mí me ha gustado mucho vivir la vida, cuando he podido, claro.
Roger sonríe tímidamente. No está para escuchar la vida de la persona que tiene enfrente. Necesita averiguar cuanto antes si puede serle de ayuda para encontrar a su padre.
—¿Suele ver a mi padre por la calle?
—Hay días que me lo encuentro y nos saludamos, pero cada vez menos. Con los años nos hacemos más sedentarios, ya sabes. Por cierto, ¿cómo sigue tu madre?
—Bien, está estable, como siempre.
—Tiene que ser duro para todos, aunque tú nunca has venido mucho. Marcel siempre buscaba una disculpa para justificar tus largas ausencias.
Roger se remueve algo nervioso en la silla.
—Es cierto —dice con la taza en la mano—. Hoy día el trabajo nos tiene a todos prisioneros.
—A todos no. Te daré un pequeño consejo: se trabaja para vivir, no se vive para trabajar.
—Bueno, es fácil decirlo, pero cuando estás metido en plena vorágine…
—Siempre hay por quién vivir, por qué luchar.
—Eso me suena.
—A Julito Iglesias.
Roger da el último trago al carajillo.
—¿Cuándo ha visto por última vez a mi padre?
—¡Uy! Esa pregunta no me suena nada bien.
—¿Puede responderme, por favor?
—Hará un par de días. Supongo que iría a comer al sitio ese donde suele ir.
—¿Hablaron algo?
—Nos saludamos, nada más. Yo venía cargada de la compra.
—¿Le notó algo?
—No, pero ¿por qué me preguntas todo esto? ¿Ha pasado algo?
El abogado echa la espalda hacia atrás, como dándose por vencido.
—Ha desaparecido.
—¡La Mare de Deu!
—Bueno, no exactamente. Se ha fugado y ha dejado una carta.
La mujer asiente con la cabeza.
—Eso es otra cosa. No me extraña. Pobre hombre.
—¿Cómo dice? —pregunta Roger contrariado.
—Tu padre lleva mucho tiempo en esta situación. Tiene que ser muy duro cuidar día y noche de tu madre sin más aliciente en la vida.
—Es lo que le ha tocado —dice dando un pequeño puñetazo en la mesa—. Nadie tiene la culpa de lo que le pasó a mi madre.
—Necesitaba ayuda.
—Que la hubiera pedido. —El abogado se levanta enfadado—. Tengo que irme. Que tenga un buen día.
Roger paga el carajillo y sale del establecimiento. El camarero mira a la señora pidiendo algún tipo de explicación. Ella asiente con la cabeza.
—Sí, yo animé a su padre a que se largara, aunque creí que nunca lo haría.


Continuará.

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